Por: Dr. Jim Newheiser
Durante los últimos veinte años de trabajar en el ministerio eclesial de consejería bíblica, en el que he tratado de poner en práctica estos principios de cambio, he observado tres resultados generales. Algunos aconsejados son transformados de manera rápida y radical. He visto casos en los que el esposo y la esposa que ya estaban separados y avanzando hacia el divorcio, en una sesión fueron traídos a un arrepentimiento genuino, a la par que cada uno confesaba su pecado (Mateo 7:1-5) y se otorgaron perdón el uno al otro, a la luz del perdón que hemos recibido en el evangelio (Efesios 4:32, Mateo 18:21-35). También he visto muchos casos en los que los aconsejados se fueron tristes y sin cambiar, como el joven rico (Marcos 10:17-22). También hay casos en los que el cambio toma lugar gradualmente, a un ritmo lento. Buscamos darle el mismo consejo bíblico y basado en el evangelio a todo el que viene, pero los resultados varían en gran manera. ¿Por qué sucede esto?
La Escritura nos enseña que Dios, en su soberanía, decide trabajar en las vidas de su pueblo de maneras diferentes, en tiempos diferentes y en ritmos diferentes. Un avivamiento personal es como un avivamiento comunitario que no podemos hacer que suceda por nosotros mismos. Somos completamente dependientes de Dios.
Como no podemos cambiarnos a nosotros mismos sin la ayuda y misericordia soberanas de Dios, es bueno que apliquemos los medios que Dios usa para traer cambio a nuestras vidas.
La iglesia.
La iglesia local es central para el trabajo de Dios en este tiempo (1 Timoteo 3:15), incluyendo el trabajo de transformar a su pueblo para que sean más santos y como Cristo. Podemos esperar que el Señor trabaje en nuestras vidas mientras que atendemos ávidamente a alabar, tomar parte en los sacramentos, escuchamos con fe la Palabra proclamada, y participamos en la vida del cuerpo de Cristo.
La Escritura.
Debemos buscar continuamente la Palabra de Dios para apuntarnos hacia el evangelio transformador y los mandamientos y principios de la sabiduría. “Ciertamente la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos” (Hebreos 4:12). Jesús dice que mientras permanezcamos en su Palabra, llevaremos fruto (Juan 15:7). El salmista suplica a Dios, “postrado estoy en el polvo; dame vida conforme a tu palabra.” (Salmo 119:25).
La oración.
Debemos también orar continuamente para que Dios nos avive a nosotros y a aquellos a quienes estamos tratando de ayudar o aconsejar. En el Salmo 119, el salmista suplica a Dios repetidamente por avivamiento personal: “Aparta mi vista de cosas vanas, dame vida conforme a tu palabra… ¡Yo amo tus preceptos! ¡Dame vida conforme a tu justicia!… Por tu gran amor, dame vida y cumpliré tus estatutos” (Salmo 119:37, 40, 88, 149). Jesús ofrece: “Pidan, y se les dará; busquen y encontrarán; llamen, y se les abrirá” (Mateo 7:7). Dado el contexto de la promesa de Jesús en el Sermón de Monte, creo que no deberíamos pedir riquezas ni placeres terrenales, sino que el Señor nos cambie para que nuestras vidas reflejen lo que Jesús enseñaba. ¿Oras por la pobreza de espíritu, mansedumbre, misericordia y pureza? ¿Pides para que el corazón sea liberado de la ira, la lujuria, y el engaño; por una religión que no está manchada por la hipocresía? ¿Y por una vida libre de ansiedades porque estás dedicado al Reino de los Cielos? Dios se deleita en responder a estas oraciones.
Las pruebas.
A menudo Dios trae circunstancias a nuestras vidas que producen cambio que no podría haber venido de otra manera. El salmista reconoce “Antes de sufrir anduve descarriado, pero ahora obedezco tu palabra… Me hizo bien haber sido afligido, porque así llegué a conocer tus decretos” (Salmo 119:67,71). Santiago también enseña que Dios usa las pruebas para madurarnos – para cambiarnos para bien: “Considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada.” (Santiago 1:2-4).
Consejería y amonestación.
Algunas veces, como el Rey David, necesitamos un Natán que venga y nos amoneste para que finalmente dejemos el pecado y nos volvamos al Señor (2 Samuel 12). Debemos agradecer a Dios por aquellos que en amor nos amonestan y nos apuntan de nuevo a Cristo. “Por mi parte, hermanos míos, estoy seguro de que ustedes mismos rebosan de bondad, abundan en conocimiento y están capacitados para instruirse unos a otros” (Romanos 15:14). “Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídense cada uno, porque también puede ser tentado. Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo” (Gálatas 6:1-2). “Al necio le parece bien lo que emprende, pero el sabio escucha el consejo” (Proverbios 12:15). En últimas, el cambio es trabajo de Dios. Mientras que somos responsables de usar los medios bíblicos para alcanzar la santidad, estamos completamente dependientes del trabajo soberano del Espíritu Santo para darnos la victoria en su tiempo perfecto.