Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos (Jn 4:22)

Estas palabras fueron pronunciadas por el Señor Jesucristo en su encuentro con una mujer samaritana y dejan ver en definitiva que Dios no puede ser adorado como Dios a menos que conozcamos de él. Dios se ha revelado de muchas maneras: Por medio de las cosas creadas (Rom 1:20), por medio de Su Palabra (2 Tim 3:16) pero especialmente por medio de Su Hijo (Heb 1:1-12); de modo que conocer a Dios implica necesariamente conocer al Hijo, su vida, obra, mensaje, muerte y resurrección y es por eso que es imprescindible el estudio de los Evangelios como parte integral del desarrollo de una teología sólida.

Los Evangelios no son solo relatos históricos y tampoco biografías cronológicas de la vida de Jesús. Son libros escritos con un propósito, inmersos en un trasfondo y con una intención teológica. Cada evangelio busca comunicar aspectos de la vida de Jesús que lo conectan como el Mesías anunciado desde el Antiguo Testamento, un siervo sufriente que vino para servir en lugar de ser servido, un Rey que llama a los distanciados y marginados y un Dios que mostró su poder en su plena humanidad.

Gran parte del problema del cristianismo contemporáneo es no tener una imagen completa de Jesús porque han creado imágenes parciales y usualmente presentadas como si fueran el cuadro completo. Algunos, por ejemplo, ven a Jesús como un hombre amable, de sonrisa cariñosa y caminar lento mientras que otros tienen una perspectiva tan espiritualizada que no pueden verlo como uno que vivió entre nosotros, compasivo y humano en toda su extensión. Así que, se hace necesario abordar la vida de Jesús contemplando las diferentes perspectivas que los cuatro evangelistas proveen y contemplar as  una obra completa de la vida del hombre más importante que jamás haya pisado la tierra.