Shannon McCoy | 8 de diciembre de 2023
Un día, me encontré sentada en el suelo de mi habitación con lágrimas cayendo por mi cara mientras miraba los papeles del divorcio. Me di cuenta que ahora era una cristiana divorciada y madre soltera. El peso de la vergüenza me impedía enfrentarme a la comunidad de mi iglesia. Los sueños de ministerio que compartía con mi marido se hicieron añicos, y mis aspiraciones de ministrar a las mujeres parecían recuerdos lejanos. La duda se apoderó de mí: me sentía como una mercancía dañada, convencida de que Dios ya no podía utilizarme.
En esos momentos de desesperación las palabras de Nahum 1:7, “Jehová es bueno“, parecían difíciles de creer. El dolor del divorcio ensombrecía esta verdad. El dolor crudo y la pérdida profunda hacían difícil percibir la bondad de Dios. El naufragio de las esperanzas matrimoniales destrozadas me sumió en un torbellino de emociones: rechazo, ira, depresión, impotencia, resentimiento, amargura, abatimiento, soledad e indignidad.
La vida, tal como la conocía, había llegado a su fin. Sin embargo, en medio de la oscuridad, me aferré a la idea de que la bondad de Dios no depende de nuestras circunstancias. Incluso en la adversidad Él trabaja para revitalizar Su relación con los divorciados, restaurar Su propósito para nosotros y restablecer la alegría que se puede encontrar a pesar del dolor. En medio de este terreno desafiante, se vuelve crucial discernir entre las verdades que nos liberan y las mentiras que nos obstaculizan y atormentan. Exploremos dos verdades profundas y desafiemos una mentira común con respecto al divorcio.
Verdad: El divorcio no nos inhabilita para una relación revitalizada con Dios
Nadie camina hacia el altar con la expectativa de enfrentar la dolorosa realidad del divorcio. Es un ladrón. Roba la estabilidad emocional y financiera, las relaciones familiares y sociales, y la fe y la confianza en un Dios bueno. El grito de nuestros corazones a menudo resuena: “¿Por qué un Dios bueno permitiría que el divorcio formara parte de la historia de mi vida?”. El divorcio es una experiencia de dolor, un viaje marcado por la pérdida que puede hacernos cuestionar la bondad de Dios.
A pesar de ello, la verdad es que la bondad de Dios no se ve disminuida por las pruebas del divorcio. Al contrario, sirve como faro de esperanza y restauración. El divorcio no nos relega a una relación de segunda clase con Dios. El dolor puede aislarnos, ser lo bastante agudo como para cortar nuestra conexión con Él, pero la bondad de Dios revitaliza nuestra relación con Él.
Revitalizar significa devolver a la vida, añadir novedad y fuerza. Así como una buena noche de sueño revitaliza el cuerpo, la bondad de Dios revitaliza nuestra relación con Él. La bondad de Dios devuelve la vida a nuestra conexión fracturada con Él. El divorcio no disminuye nuestro valor a los ojos de Dios; no cambia nuestra condición de hijo amado suyo. Dios nunca nos abandona ni nos desampara. En los momentos en que sentimos que Dios está distante, Su bondad nos asegura que Él está aquí con nosotros. Dios se acerca a los que sufren por un corazón quebrantado y salva al espíritu abatido (Salmo 34:18). La bondad de Dios asegura que, incluso frente al divorcio, Él permanece cerca, ofreciendo una relación restaurada y floreciente.
Verdad: El divorcio no nos descalifica del propósito de Dios para nuestras vidas
La idea errónea de que el divorcio nos descalifica del llamado de Dios es desacreditada por la verdad de que la bondad de Dios restaura nuestro propósito. Romanos 8:28 declara que Dios hace que todas las cosas, incluso el estado de divorcio, trabajen juntas para bien. Nuestro quebrantamiento se convierte en un lienzo para la obra redentora de Dios.
Después del divorcio, es fácil sentirse como mercancía dañada, como si nos hubieran quitado nuestro propósito. No nos define nuestro estado civil; nos define nuestra relación con Él. La bondad de Dios interviene para restaurar nuestro propósito. Nos recuerda con delicadeza nuestra identidad en Cristo: inmaculados, apreciados y profundamente amados. Nuestra vocación, que puede haberse sentido oscurecida o perdida, es reintroducida por un Dios que ve más allá de nuestro quebrantamiento.
Al contrario de sentirnos relegados a un segundo plano, la bondad de Dios nos garantiza el pleno reconocimiento y aceptación de nuestra condición de hijos de Dios. No estamos hechos para ser archivados; estamos diseñados para ser utilizados por el Creador del universo. El propósito que Él tiene para nosotros no se ve disminuido por el divorcio; más bien, es refinado y redirigido hacia un camino de crecimiento, propósito y realización divina.
Mentira: El divorcio te descalifica para una vida alegre
El divorcio puede robarnos la alegría momentáneamente, pero la mentira de que nos descalifica permanentemente de una vida alegre se hace añicos por la verdad de la bondad de Dios. La verdad de la bondad de Dios, como se destaca en Juan 15:11, hace hincapié en que Jesús desea que Su alegría esté en nosotros, lo que nos lleva a una alegría completa. Esto implica que las circunstancias externas, como el divorcio, no tienen el poder de despojarnos permanentemente de la alegría que proviene de una relación con Cristo.
Su bondad significa que Él devuelve la esperanza y la paz a los divorciados. La promesa de una vida gozosa no es exclusiva de los que no han sido afectados por el divorcio; es una promesa para todos, incluidos los que atraviesan el proceso de divorcio.